Época: Neolítico
Inicio: Año 7000 A. C.
Fin: Año 5000 D.C.

Antecedente:
Transformaciones



Comentario

Una de las novedades más significativas del horizonte arqueológico analizado es la aparición y desarrollo de la agricultura como modo de producción. Documentada empíricamente por restos de plantas y semillas hallados en los asentamientos arqueológicos, la diferenciación botánica entre plantas morfológicamente domésticas de otras salvajes, ha constituido el criterio para diferenciar unas prácticas agrícolas asociadas al nuevo estadio socioeconómico de otras salvajes vinculadas con las prácticas de recolección, asociadas con los cazadores-recolectores. No obstante, la asociación unívoca de agricultura con las plantas de morfología doméstica no resulta tan evidente en el proceso de la aparición de la agricultura. En efecto, los estudios paleobotánicos que afectan a las regiones de Eurasia insisten en la necesidad de diferenciar la práctica de la agricultura, definida como la manipulación concerniente a la reproducción de las plantas y, por tanto, con la siembra como característica más significativa; de la domesticación, definida por D. Zohary como la respuesta genética a nivel de una población por parte de una selección. Esta selección, de tipo natural, sólo se produce por una práctica agrícola concerniente a plantas morfológicamente salvajes. Actualmente, pues, se interpreta el inicio de la agricultura como un ciclo definido por tres etapas: la existencia de una recolección, la práctica de una agricultura sobre plantas morfológicamente salvajes (agricultura predoméstica) y, finalmente, la respuesta biológica con el cambio morfológico, junto con otras características (pérdida del sistema de dispersión, uniformidad de germinación...), de las plantas objeto de cultivo. La dificultad actual se centra en establecer la duración mínima del proceso de agricultura predoméstica para estas transformaciones. G. Hillman propone una gran rapidez (20-30 años), mientras otros autores la estiman de mayor duración admitiendo, en ambos casos, la probable convivencia de las dos formas agrícolas durante un cierto periodo.
Los inicios de la agricultura para la zona de Eurasia constituye un proceso de evolución gradual, que en el estado actual de la documentación presenta una mayor antigüedad en la zona del Levante del Próximo Oriente, atestiguado desde aproximadamente el 7000 a.C. Las evidencias de la nueva práctica económica coinciden geográficamente, en buena parte, con la distribución de las variedades salvajes de las primeras plantas domesticadas. Es la zona definida por R. Braidwood como creciente fértil y que presenta forma de media luna, extendiéndose desde la zona de las cadenas montañosas del prelitoral mediterráneo, por la vertiente meridional del Tauros, hacia la zona del valle medio del Éufrates y la extremidad norte-oriental del Zagros, coincidente en buena parte con la actual zona de estepa semiárida (pluviosidad entre 250-500 mm anuales) donde persisten las poblaciones de gramíneas salvajes. Es en esta zona donde aparecen las ocho plantas que van a ser objeto de las primeras actividades agrícolas. Los cereales: el trigo, con dos variedades, la escanda (Triticum dicoccum) y la esprilla (Triticum monococcum), y la cebada (Hordeum vulgare). Las leguminosas: la lenteja (Lens culinaris), la arveja (Vicia ervilia), el guisante (Pisum humile), el garbanzo (Cicier arietinum) y, finalmente, el lino (Linum usitatinum). La posterior consolidación de las actividades agrícolas proporcionará una rápida evolución, con una mayor diversidad de especies, junto con la domesticación de nuevas (centeno...), conjunto claramente orientado a obtener unas mayores producciones y mejor adaptación a las variedades de los nichos ecológicos.

La posibilidad de la existencia de primeras prácticas agrícolas en otras zonas geográficas, en particular en la cuenca mediterránea (Europa del sudeste), ha sido argumentada por varios investigadores, pero, según la documentación actual, las plantas realmente domésticas de esta zona, objeto de cultivo intensivo y, por tanto, de incidencia económica, tienen un origen en las variedades orientales citadas. Este hecho no implica, como veremos, una explicación general del origen de la agricultura europea por una colonización directa, ni, por otra parte, que las poblaciones autóctonas, es decir, los últimos cazadores-recolectores, tuvieran un total desconocimiento de los recursos vegetales, sino, por el contrario, se documenta cada vez con mayor seguridad una explotación y posible manipulación de vegetales por parte de otras poblaciones.

La nueva actividad productora implica, desde una óptica general, un ciclo tecno-económico más complejo que las economías depredadoras anteriores. La necesidad de unas zonas de cultivo obliga a la preparación de los campos mediante un sistema de deforestación por medio del fuego y la utilización de un nuevo utillaje, las hachas como principal representante, para el desmonte. La preparación de los suelos implica a su vez la aparición de las azuelas, teniendo en cuenta que el arado no se utilizará hasta finales del periodo. Los ciclos agrícolas son aún poco conocidos, y ante los problemas derivados del agotamiento de los suelos cultivados se propone una práctica del barbecho y la existencia en determinadas regiones (Neolítico Medio de Europa central) de una agricultura cíclica que, contrariamente a la agricultura itinerante, permitan una estabilización de la población en poblados durante largos periodos de tiempo. Esta hipótesis apunta a la posibilidad de que el cultivo de los cereales -principales plantas productoras- se combine con el de las leguminosas, cuya complementariedad es conocida.

Las tareas de recolección pueden ser variadas, desde arrancar las espiguillas y golpear las espigas maduras en un cesto -prácticas que debían ser utilizadas por los cazadores-recolectores- hasta la siega de cereales y plantas en general con la hoz. Este útil compuesto, cuyos precedentes aparecen ya en los últimos cazadores-recolectores, es característico de este horizonte y está formado por elementos líticos tallados (láminas o lascas de sílex/obsidiana...), denominados elementos de hoz, que se incrustan en un mango de cuerno o madera. Los restos líticos, fruto de esta utilización, presentan en el borde activo un lustre, que tradicionalmente se asocia con esta función, aunque recientemente se ha probado que puede producirse igualmente con el trabajo sobre plantas acuáticas (juncos...). Las observaciones etnoarqueológicas y de la arqueología experimental, junto con un examen riguroso de los restos carpológicos, han mostrado, en los últimos decenios, las ventajas de una siega de los cereales cuando éstos se hallan parcialmente maduros (previsión de pérdidas) y una primera siega alta limitada a las espigas para evitar las malas hierbas y el desgranamiento, practicándose una segunda siega, destinada al corte de la paja, que sería utilizada como material de construcción, alimento de animales...

El ciclo de la utilización de los cereales se completa con la molienda, que se realiza con la ayuda de molinos de mano o trituradores, construidos sobre grandes bloques graníticos u otras rocas duras, que, en general, presentan una superficie cóncava. El proceso de torrefacción de los granos fue probablemente utilizado, si bien su comprobación empírica resulta difícil. Este procedimiento se utilizaría probablemente tanto para facilitar la trilla como para facilitar su conservación destinada al almacenamiento. En efecto la producción agrícola se destina, por una parte, al consumo directo, mediante hervidos, tortas o fermentados, pero una gran cantidad del producto se destinaba a su almacenamiento con el objetivo de satisfacer tres aspectos: la conservación de alimentos durante un largo periodo, la conservación de semillas para su reproducción y, finalmente, su utilización como producto de intercambio.